Red En defensa de la humanidad

La Red de Intelectuales, Artistas y Movimientos Sociales en Defensa de la Humanidad constituye un movimiento de pensamiento y acción contra toda forma de dominación e integra a escritores, artistas, poetas, científicos, académicos, abogados, maestros, economistas, religiosos, deportistas, estudiantes y movimientos sociales, con el objetivo de apoyar los procesos de cambio social, oponerse al imperialismo y a sus políticas neoliberales, denunciar las guerras, combatir el hambre, la miseria y los problemas de educación y de salud que aquejan a la mayoría de los seres humanos. Igualmente se pronuncia a favor de la diversidad cultural, la defensa del medio ambiente y de desarrollar un pensamiento alternativo con una cosmovisión propia, entre otros objetivos.

Está estructurada como una Red de Redes. Las personas están conectadas a la red a través de capítulos nacionales constituidos en más de 30 países, como organizaciones particulares o como parte de otras redes u organizaciones con ideas afines.

Se trabaja en aras de constituirse en un mecanismo para la reflexión y la acción, en el marco de un sistema horizontal y diverso, y vincular a los interlocutores en todos los sentidos y direcciones. Todos sus componentes participan según sus especialidades y capacidades específicas, y todos deben generar ideas, acciones y proyectos y convertirse eventualmente en protagonistas autónomos.

Objetivos
Principales objetivos (declarados en sus eventos fundacionales):

· Apoyar las luchas de los pueblos del mundo; mostrar una actitud solidaria con los procesos de cambio social; sustentar y promover la diversidad cultural y los derechos culturales, así como propugnar la defensa del medio ambiente.

· Oponerse al imperialismo y a sus políticas neoliberales, a los proyectos de uniformidad sociocultural, a la monopolización de conocimientos que deben ponerse al servicio de toda la humanidad.

· Combatir y denunciar las agresiones imperiales, el terrorismo y sus causas.

· Combatir el hambre, la miseria y los problemas de educación y de salud que aquejan a la mayoría de los seres humanos, así como sus causas.

· Difundir, promover e impulsar el ejercicio de la autonomía de los pueblos indígenas y de los derechos fundamentales de las organizaciones campesinas, con el propósito de constituir y hacer valer, desde abajo, los poderes autónomos de comunidades, resistencias y alternativas.

· Aportar argumentos jurídicos e históricos para la Fiscalía en los casos de genocidio, etnocidio y crímenes de lesa humanidad.

· Desarrollar acciones y un pensamiento alternativo con una cosmovisión propia sobre la base de que: “Un mundo mejor es posible”.

Ejes temáticos

La Red ha recorrido un decenio de acciones y esfuerzos, interrelacionándose con otros movimientos sociales y sectores diversos de la sociedad, a partir de los 10 ejes temáticos o principios enunciados en Caracas 2004:

1. En defensa de nuestro planeta para todos

2. En defensa de la integración de los pueblos

3. En defensa de una economía emancipadora y solidaria

4. En defensa de la soberanía y la legalidad internacional

5. En defensa de la unidad en la diversidad y de la cultura para todos

6. En defensa del conocimiento para todos

7. En defensa de la participación popular

8. En defensa de la veracidad y la pluralidad informativa

9. En defensa de la memoria

10. En defensa de la paz

DECLARACIONES Y LLAMAMIENTOS DE LA RED EN DEFENSA DE LA HUMANIDAD

ENCUENTROS Y EVENTOS CELEBRADOS

BLOG DEL CAPÍTULO CUBANO

2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Daniel dice:

    Me gustaría contactar con ustedes para ver de qué manera puedo colaborar con su proyecto. Soy de Madrid, España. Un abrazo.

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  2. Roilán Rodríguez Barbán dice:

    LA GUERRA CULTURAL IMPERIALISTA.
    Por: Roilán Rodríguez Barbán

    “La educación y la cultura están en todo,
    porque donde no están… está el camino a la barbarie”.
    Armando Hart Dávalos
    PLAN CONTRA PLAN.
    «A un plan obedece nuestro enemigo: de enconarnos, dispensarnos, dividirnos, ahogarnos, por eso obedecemos nosotros a otro plan: enseñarnos en toda nuestra altura, apretarnos, juntarnos, burlarlo, hacer por fin a nuestra patria libre. Plan contra plan”. Así nos convocaba nuestro Héroe Nacional José Martí en el Periódico Patria, el muy adelantadamente 11 de junio de 1892.
    Vivimos el Siglo XXI del tercer milenio de nuestra era, un peculiar instante en el brevísimo período de tiempo en que la especie humana ha tenido que surgir, evolucionar y desarrollarse. Pareciera que la historia del hombre estuviese signada por la filosofía del despojo y de la guerra, por el odio visceral de poderosos imperios y la resistencia de los pueblos “necios” que han decidido emprender su propio camino. Las guerras han constituido un flagelo para la humanidad durante toda su historia.
    Cuando se habla de la guerra, generalmente se refiere a la manifestación extrema del enfrentamiento entre Estados, colaciones de Estados, clases o capas sociales, donde las partes beligerantes pugnan por lograr sus objetivos políticos mediante la violencia. Constituye a su vez, un fenómeno político- social de enormes complejidades que, al estallar, abarca e influye de manera determinante en todas las esferas de la sociedad.
    En el contenido de la guerra, paralelamente con el enfrentamiento armado están presentes y se recrudecen formas no armadas de lucha, tales como la política, económica, ideológica, social, diplomática, psicológica, científico- tecnológica, informática y otras, también orientadas al logro del objetivo político de la guerra.
    Sin embargo, es ineludible develar que hoy el mundo contemporáneo y sobre todo los más jóvenes que habitan en él constituyen el blanco principal de lo que podemos denominar: LA GUERRA CULTURAL IMPERIALISTA.
    A pesar de las tesis actuales sobre las guerras culturales en todas sus dimensiones es importante subrayar que, desde el surgimiento mismo de la civilización, elementos de lo que hoy se conoce como guerra cultural han ocupado el pensamiento y quehacer de grandes pensadores y estrategas militares.
    Según el filósofo y teórico militar chino, Sun Tzu (Siglo VI a.n.e.), hace más de 2 500 años: “La suprema excelencia no es ganar cien victorias en cien batallas. La suprema excelencia es dominar las fuerzas armadas de los enemigos sin siquiera tener que luchar contra ellos”.
    En una guía para su ejecución, Sun Tzu recomendaba: “Destruya todo lo bueno que haya en el país enemigo; involucre a destacadas personalidades enemigas en acciones delictivas; socave el prestigio de los líderes enemigos y expóngalo en el momento adecuado a la vergüenza, ante la opinión pública; emplee a las personas más viles e infames; despierte rencillas y conflictos entre los ciudadanos hostiles a su país; instigue a los jóvenes contra los ancianos; obstaculice con todos los medios el funcionamiento del gobierno”.
    Y consumaba induciendo: “Obstaculice por todos los medios el suministro normal de las tropas enemigas y el mantenimiento del orden; reblandezca la voluntad de los soldados enemigos con canciones y música; haga todo lo posible para desvalorizar las tradiciones de su enemigo y debilitar su fe en sus dioses; o sea generoso con las ofertas y regalos para la compra de información y los cómplices; no escatime ni el dinero, ni las promesas”.
    La definición de guerras culturales no se agota al señalar que son un tipo de enfrentamiento histórico que tuvo su momento cumbre durante los años de la Guerra Fría, ni tampoco al remitirse a un tipo específico de lucha ideológica que selecciona como campo de batalla el de las artes y la literatura.
    Es en el terreno de la axiología donde se libran las batallas culturales decisivas, pues los valores condicionan directamente los comportamientos de los seres humanos, su indiferencia o activismo, su capacidad de resistencia o rendición, su pertenencia o no a un determinado partido político, su aceptación o rechazo a las políticas de un gobierno, su postura ante la religión y la filosofía. Se afirma que, en su acepción moderna, el término “guerras culturales” fue acuñado por James Davison Hunter, en su libro Cultures Wars: The Struggle to Define America (1991).
    También como introduce Frances Stonor Saunders en su libro “La CIA y la guerra fría cultural” (1999): “El paradigma central de la guerra fría no era militar ni económico y ni siquiera estrictamente político. Era y sigue siendo una batalla por la mente de los hombres, una batalla de las ideas”.
    La Agencia Central de Inteligencia (CIA), Ministerio de Cultura de los Estados Unidos, fundada como se sabe en 1947, ha usado todos los medios posibles para justificar el sistema capitalista, el cual quieren perpetuar maquiavélicamente, utilizando incluso lo que se llama “la mentira necesaria”.
    Durante los momentos culminantes de la guerra fría, el gobierno de Estados Unidos invirtió enormes recursos en un programa secreto de propaganda cultural en Europa occidental. Un rasgo fundamental de este programa era que no se supiese de su existencia. Fue llevado a cabo con gran secreto por la organización de espionaje de Estados Unidos, la Agencia Central de Inteligencia. El acto central de esta campaña encubierta fue el Congreso por la Libertad Cultural, organizado por el agente de la CIA, Michael Josselson, entre 1950 y 1967. Su misión consistía en apartar sutilmente a la intelectualidad de Europa occidental de su prolongada fascinación por el marxismo y el comunismo, a favor de una forma de ver el mundo más de acuerdo con “el concepto americano”.
    Sin sentirse amenazado por nadie y sin ser detectado durante más de una década, el espionaje estadounidense creó un frente cultural complejo y extraordinariamente dotado desde lo económico, en Occidente, para Occidente, en nombre de la libertad de expresión. A la vez que definía la guerra fría como “batalla por la conquista de las mentes humanas” , fue acumulando un inmenso arsenal de armas culturales: periódicos, libros, conferencias, seminarios, exposiciones, conciertos, premios.
    El grado en que el espionaje norteamericano extendió sus tentáculos hacia las cuestiones culturales de sus aliados occidentales actuando como posibilitador en la sombra de una amplia variedad de actividades creativas, colocando a los intelectuales y a su obra como piezas de ajedrez para jugar en el Gran Juego, sigue siendo uno de los legados más sugerentes de la guerra fría.
    De los individuos e instituciones subvencionados por la CIA se esperaba que actuasen como parte de una amplia campaña de persuasión, de una guerra de propaganda, en la que “propaganda” se definía como “todo esfuerzo o movimiento organizado para distribuir información o una doctrina particular, mediante noticias, opiniones o llamamientos, pensados para influir en el pensamiento y en las acciones de determinados grupos”. Un componente esencial de este esfuerzo era la “guerra psicológica”, definida como “El uso planificado de la propaganda y otras actividades, excepto el combate, por parte de una nación, que comunican ideas e información con el propósito de influir en las opiniones, actitudes, emociones y comportamiento de grupos extranjeros, de manera que apoyen la consecución de los objetivos nacionales”. Más aún, se definía como “el tipo de propaganda más efectivo”, aquella en la que “el sujeto se mueve en la dirección que uno quiere por razones que piensa son propias”.
    Allen Welsh Dulles, quien fuera director de la CIA entre 1953 y 1961, en su libro “El arte de la inteligencia” confirma que el socialismo en el este europeo no se cayó solo, sino que lo dinamitaron por dentro con un arma muy poderosa: la guerra cultural. A continuación un fragmento que ilustra el conjuro que se orquestó desde las sombras contra la otrora Unión Soviética:
    “Sembrando el caos en la Unión Soviética sustituiremos sus valores, sin que sea percibido, por otros falsos, y les obligaremos a creer en ellos. Encontraremos a nuestros aliados y correligionarios en la propia Rusia. Episodio tras episodio se va a representar por sus proporciones una grandiosa tragedia, la de la muerte del más irreductible pueblo en la tierra, la tragedia de la definitiva e irreversible extinción de su autoconciencia. De la literatura y el arte, por ejemplo, haremos desaparecer su carga social. Deshabituaremos a los artistas, les quitaremos las ganas de dedicarse al arte, a la investigación de los procesos que se desarrollan en el interior de la sociedad. Literatura, cine, teatro, deberán reflejar y enaltecer los más bajos sentimientos humanos. Apoyaremos y encumbraremos por todos los medios a los denominados artistas que comenzarán a sembrar e inculcar en la conciencia humana el culto del sexo, de la violencia, el sadismo, la traición. En una palabra: cualquier tipo de inmoralidad. En la dirección del Estado crearemos el caos y la confusión. De una manera imperceptible, pero activa y constante, propiciaremos el despotismo de los funcionarios, el soborno, la corrupción, la falta de principios. La honradez y la honestidad serán ridiculizadas [como] innecesarias y convertidas en un vestigio del pasado. El descaro, la insolencia, el engaño y la mentira, el alcoholismo [y] la drogadicción, el miedo irracional entre semejantes, la traición, el nacionalismo, la enemistad entre los pueblos y, ante todo, el odio al pueblo ruso; todo esto es lo que vamos a cultivar hábilmente hasta que reviente como el capullo de una flor.
    Sólo unos pocos acertarán a sospechar e incluso comprender lo que realmente sucede. Pero a esa gente la situaremos en una posición de indefensión, ridiculizándolos, encontrando la manera de calumniarlos, desacreditarlos y señalarlos como desechos de la sociedad. Haremos parecer chabacanos los fundamentos de la moralidad, destruyéndolos. Nuestra principal apuesta será la juventud. La corromperemos, desmoralizaremos, pervertiremos (…)”
    Con la represión macartista de un lado y del otro el Congreso por la Libertad de la Cultura seduciendo a las izquierdas intelectuales con el dinero de la CIA, habían estrenado los Estados Unidos de la posguerra la exitosa combinación de censura y cooptación. Tal mezcolanza les otorgaría, a la larga, la victoria en la guerra cultural del siglo XX, facilitada por los errores en la conducción de la política cultural soviética.
    No es un secreto para nadie que las guerras culturales forman hoy y formarán parte en un futuro de las estrategias mundiales de dominación y expansión imperialistas en el siglo XXI. En la actualidad los descomunales avances de las ciencias, las telecomunicaciones y las tecnologías hacen del frente cultural y de la mente humana el campo de batalla definitivo.
    Cada vez abundan más los libros que abordan y recomiendan estrategias triunfadoras en la guerra cultural, sobre todo para doblegar a los enemigos reales o potenciales del imperialismo norteamericano y del grupo neoconservador que lo arrastra en su marcha hacia el dominio mundial.
    Como eficaces estrategias para neutralizar, desmovilizar y desmoralizar a sus contrarios, que son todos los hombres y pueblos del planeta, incluyendo el pueblo de Estados Unidos, las guerras culturales expanden su radio de acción desde tiempos de paz, o mejor dicho, son el preámbulo o la continuación de la guerra por otros medios, a saber, los culturales. Antes de que estalle un conflicto, aseguran que los potenciales enemigos tomen conciencia de su inferioridad ante las fuerzas y la cultura imperial, ante un sistema capaz de engendrar constantemente símbolos a los que vende como universales, modernos, glamorosos, heraldos de la eterna juventud, los cambios novedosos y la felicidad ilimitad. Durante el conflicto, garantizan que la opinión pública internacional se sitúe al lado del agresor imperialista, satanizando a los adversarios de turno, minando su moral combativa y sus capacidad y decisión de resistencia. Después del conflicto se dirigen a borrar la memoria de los crímenes cometidos, de las mentiras empleadas para justificar las agresiones, a imponer su versión de los acontecimientos, a asegurar la docilidad y asimilación cultural de los pueblos vencidos y las naciones ocupadas, a quebrar la resistencia que pueda existir, y a implantar, en lo profundo de las conciencias de sus nuevos súbditos, sentimientos de resignación, docilidad y acatamiento ante lo inevitable. Es en la última etapa del proceso donde se mide la eficacia definitiva de estas estrategias.
    En este terreno no basta con vencer, cuando de lo que se trata es de convencer; la victoria no se expresa en el aniquilamiento de las fuerzas y medios del enemigo, ni en arrebatarle su capacidad de iniciativa o resistencia, sino más bien en lograr, sin combatir, su voluntaria rendición y supeditación espiritual, donde la perspicacia y la capacidad para vender un modelo de vida y gobierno, un conjunto de valores y creencias, es lo que se espera de estas nuevas legiones imperiales.
    Peculiar relevancia adquiere hoy también el concepto de Guerra psicológico- informativa en la aplicación por Estados Unidos de la llamada doctrina del “Poder Blando”. Esta última preconiza la necesidad de que Washington, en el logro de sus propósitos, utilice “todas las herramientas del poder” y no únicamente las fuerzas armadas.
    Aunque ya en el año 1949 EE.UU. había incluido en su base reglamentaria el primer Manual de Operaciones Psicológicas, se conoce, a partir de determinados estudios, que fue en la guerra de Corea (1950- 1953) donde por primera vez- de forma planificada- se valió de elementos asociados a lo que se conoce hoy como guerra psicológica. A partir de entonces, no han promovido golpe de estado, intervención militar o incluso “humanitaria”, según las denominaciones actuales del Pentágono, en los cuales no se hayan auxiliado de este tipo de guerra como complemento cardinal para el logro de sus objetivos político- militares.
    En la guerra de Irak, por ejemplo, desde tiempo de paz la inteligencia estadounidense había descubierto debilidades en la moral combativa de las tropas iraquíes, que se convirtieron en centro de atención de las operaciones psicológicas.
    Las líneas de mensaje se dirigieron a quebrantar el espíritu de resistencia y conminar al abandono del campo de batalla. Enfatizaban la nostalgia por el regreso a casa, la hermandad árabe, el poderío de la coalición, las penalidades que afrontarían quienes no desertaran, e incluso, la forma más segura de hacerlo.
    Estos llamados fueron incluidos en la programación de la emisora radial La Voz del Golfo, retransmitida desde aviones de guerra psicológica EC-130E, Comando Solo, desplegados en Arabia Saudita y Turquía.
    Las transmisiones radiales se complementaron con el lanzamiento de volantes. En total, durante la Operación “Tormenta del Desierto” fueron esparcidos más de 29 millones de volantes.
    Ya a mediados de los años 80 el presidente norteamericano Ronald Reagan subdivide la Estrategia de Seguridad Nacional de los EE.UU. en cuatro componentes fundamentales: el diplomático, el económico, el militar y el de información.
    Los más recientes conflictos que involucran a las fuerzas armadas norteamericanas demuestran que lo informativo y lo psicológico constituyen componentes principales de la guerra cultural actual, a partir del empleo-tanto con fines militares como de apoyo a la subversión- de Internet, la telefonía celular y una amplia gama de nuevas tecnologías de la informática y las comunicaciones.
    Se acepta por los entendidos que fue en el contexto de las invasiones norteamericanas a Granada (1982) y Panamá (1989), donde el elemento información debutó de forma orgánica como complemento de los conflictos militares. Luego, en Yugoslavia (1996- 99) y Afganistán (2001) se perfeccionó el sistema e integraron en un plan único los componentes psicológico e informativo. En otras palabras, elementos principales de la guerra cultural.
    En la era actual se procede a luchar al unísono, según conceptos imperialistas, “por ganar la mente y el corazón de las personas”, así como por la formación de una “correcta” opinión pública y el control de los flujos informativos. Como reconoció el general Skalikaschvili, presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor durante la administración Clinton: “Nosotros no ganamos, hasta que la CNN no informa de que ganamos”.
    La cultura y el pensamiento único que se pretenden erigir en una especie de culto secularizado del Imperio, al negar el respeto a la diferencia, aún cuando pueda enarbolar conceptos y valores de cierto significado universal, como son, por ejemplo, los de la democracia y los derechos humanos, terminan actuando de manera tiránica, excluyente, reaccionaria, incluso racista. Es la ofuscación de la dominación cultural, fruto de la manipulación de los productos culturales en la idea de que se conviertan en mensajeros indulgentes del sistema, no importa si alguna vez surgieron para oponérsele.
    La defensa de los procesos revolucionarios e integracionistas en América Latina y el resto del mundo, en consecuencia, pasa no solo por el desarrollo de un pensamiento y una praxis transformadora acorde a las experiencias del pasado y los tiempos que corren, sino también por el estudio de las fuerzas que se le oponen y los métodos que utilizan. Habrá que estudiar con rigor los rasgos culturales del imperialismo del siglo XXI. Es en el escenario cultural donde se expresan hoy, con mayor hondura y claridad, las contradicciones irreconciliables entre el capitalismo y el socialismo.

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