APARICIONES EN LA ERA DE LA POSVERDAD por Marco Schneider

Dice el refrán que las apariencias engañan. Pero no siempre. No hace falta ser científico para sospechar que algo se está quemando cuando ves humo. Pero le corresponde a la ciencia explicar no sólo las causas y los efectos, sino también por qué las cosas suceden de una manera y no de otra. Según Marx, si la apariencia y la esencia de las cosas coincidieran directamente, la ciencia sería innecesaria. Para él, la ciencia significa el conocimiento efectivo de la realidad, más allá de las apariencias, pero sin ignorarlas. Así, más que asumir que las apariencias son (siempre) engañosas y buscan la verdad en una esencia no aparente, se trata de revelar la razón y el movimiento por el cual las cosas aparecen como son, a veces engañando, a veces no, a veces las dos cosas a la vez, al mismo tiempo. A propósito o sin querer.

La esencia de las cosas, en este enfoque, no tiene nada de otro mundo. Se trata simplemente de lo que la cosa es en realidad, y eso incluye lo que parece ser, lo que nos parece a nosotros que la observamos.

Los charlatanes y los mentirosos tienen éxito al parecer dignos de confianza. Pero una persona puede parecer honesta y, de hecho, ser esencialmente honesta.

¿Cómo distinguir?

Mucho antes de la aparición del lenguaje humano, incluidas sus mil formas de mentira –engaño, patraña, fraude, charlatanería, medias verdades y otras formas de desinformación–, la propia naturaleza ya disponía de un riquísimo arsenal de artimañas que confundían esencia y apariencia, al mismo tiempo. Al menos en el reino vegetal: piénsese en las plantas carnívoras y sus estratagemas para atraer insectos, para los cuales son esencialmente mortales, aunque (a)parecen tan atrayentes e inofensivas.

Las telas de araña son redes muy finas, pero proporcionalmente muy fuertes, prácticamente invisibles, como los insectos palo y los camaleones saben ser maestros del camuflaje, para la defensa o el ataque. Y hay tortugas de río que permanecen inmóviles bajo el agua, con la boca abierta, de la que sobresale un apéndice con forma de gusano para atraer a los peces desprevenidos. La aparición del apetitoso gusano esconde la voraz tortuga, que los devorará.

En los mares también hay delicados caballitos de mar que se parecen a las algas en las que se esconden y protegen. Pero nadie le gana a los moluscos, calamares, sepias, pulpos, que cambian de color, forma y textura tratando de esconderse de los depredadores o engañar a sus víctimas. Nadie, antes que los humanos.

La desinformación es tan antigua que es anterior a la propia especie humana. Pero es la desinformación humana, también antigua, probablemente tan antigua como la humanidad misma, la que nos interesa aquí. Se trata también de un juego de apariencias y esencias, desde su forma más grosera, la pura y simple mentira, hasta la más sutil, compuesta por medias verdades, descontextualización y otros recursos de los que hablaremos más adelante.

Sin embargo, a pesar de ser tan antigua, no siempre es la misma, ya que presenta matices y modulaciones históricas, geográficas, retóricas, sociotécnicas que impiden afirmar que nada ha cambiado. Y hay, en los últimos años, nuevos movimientos en marcha: el radio de alcance de las redes sociales digitales, desde que se popularizaron, su capilaridad y la velocidad de sus operaciones no tienen precedentes. Los costos de los impulsos de mensajes son relativamente modestos en comparación con la impresión y la transmisión.

Pero nadie antes que los humanos.

Y la precisión comunicacional es mayor, por la referida capilaridad y el conocimiento de los gustos del público por parte de los emisores y mediadores, gracias a la vigilancia de la navegación de todos, omnipresente en las redes. Este conjunto de factores ha ido alterando sustancialmente el ecosistema comunicativo conocido, con consecuencias aún no previstas, dada la relativa novedad del fenómeno.

Al conjunto de modalidades contemporáneas de desinformación que nacen, fluyen, se desbordan, riegan, alimentan el escenario de la posverdad y se retroalimentan de él, denomino desinformación digital en red (en adelante DDR).

La noción de DDR se refiere al conjunto de acciones desinformativas vehiculizadas en las distintas redes digitales existentes, como Facebook, Twitter, Instagram, YouTube, WhatsApp, Telegram, TikTok y similares. No se refiere, por tanto, a las conversaciones cara a cara, a la vieja prensa o a la radiodifusión, aunque ciertamente las nutre y se nutre de ellas.

Es importante señalar esta especificidad del fenómeno. Porque el costo relativamente bajo de sus operaciones en comparación con los medios tradicionales (1), su inmenso y personalizado alcance (2), sumado a la escasa y difícil regulación de estas acciones en términos técnicos y legales (3) favorecieron la conversión de DDR, casi en todas partes, en un elemento muy influyente de la superestructura ideológica que emerge dentro de la infraestructura de las redes digitales y, al mismo tiempo, en la inversión (¿marginal?) en ella. Esta infraestructura, a su vez, es un producto precioso y propiedad de la fracción principal del gran capital actual (junto con las finanzas, las armas, los productos farmacéuticos y la energía).

Los límites entre la legalidad y la ilegalidad se desdibujan en este entorno, hasta el punto de que el parlamento del Reino Unido -que estrictamente no puede caracterizarse como una expresión de pensamiento crítico radical- ha acusado a la empresa de Mark Zuckerberg de actuar como un gángster digital (CÁMARA DE LOS COMUNES , 2019; PEG, 2019), aproximadamente un año antes de que Steve Bannon, el artífice de la elección de Trump, fuera arrestado por un fraude comercial que tenía, al mismo tiempo, un aura xenófoba y racista, relacionado con el muro que separa Estados Unidos y México (G1 , 2020).

La publicidad que rodeó las acciones de DDR que involucraron a Cambridge Analytica, tanto en el Brexit como en la elección de Trump (GUIMÓN, 2018), ciertamente contribuyó a la popularización de los términos fake news y posverdad, y por razones comprensibles. De hecho, en medio del universo DDR, uno de los temas más sensibles es el impacto de las fake news en la formación de la posverdad, en un círculo vicioso, o mejor dicho, en una especie de bucle vicioso de retroalimentación, aparentemente centrífugo.

Una parte sustancial de la desinformación contemporánea está marcada por elementos reaccionarios, misóginos, racistas, homofóbicos y, en el límite, neofascistas. La movilización de miedos y prejuicios actúa como un caballo de Troya que lleva en sus entrañas al neoliberalismo, que ya no se atreve a exponerse con franqueza tras décadas de promover guerras, destrucción ambiental y creciente desigualdad social.

El corolario de todo esto son los discursos de odio, el terraplanismo, los movimientos antivacunación y las innumerables teorías conspirativas, más o menos peligrosas, que convierten la sana desconfianza en las autoridades, característica del pensamiento moderno, en una mezcla indigesta de escepticismo en relación con el estado del derecho, la ciencia, la prensa, con dogmatismo de tipo posmoderno –políticos mediáticos, fanfarrones, digital influencers, mil sectas.

Las teorías de la conspiración siempre tienen un trasfondo de realidad mezclado con capas de fantasía. Sus formuladores y propagadores fantasean con explicaciones y soluciones simplistas para los problemas reales del mundo. Las conspiraciones reales existen. Prueba de ello son las propias teorías de la conspiración, fábulas fantasiosas producidas por conspiradores reales y difundidas por los incautos, desde los más inocentes hasta los más peligrosos.

¿Quién gana? ¿Quién pierde? ¿De qué maneras? ¿Cuál es el gradiente entre el sociópata y el inocente servicial, en este juego a veces mortal de perder y ganar? ¿Qué hacer para superar este cuadro?

*El texto anterior es una versión condensada de la Introducción al libro La era de la desinformación: posverdad, noticias falsas y otras trampas, publicado en 2022 por Editora Garamond, Río de Janeiro, Brasil. Ver: https://www.garamond.com.br/loja/a-era-da-desinformacao

Marco Schneider es Profesor de Ciencias de la Información y la Comunicación en la UFRJ. Coordinador del Centro Internacional para la Ética de la Información en América Latina. Miembro de la Red Nacional de Lucha contra la Desinformación.

Fuente: https://latinoamerica21.com/br/aparicoes-na-era-da-pos-verdade/

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