(PALABRAS EN LA SESIÓN SOLEMNE DE LA ACADEMIA DE LA HISTORIA DE CUBA EN HOMENAJE AL COMANDANTE EN JEFE FIDEL CASTRO RUZ)
Estimados colegas:
Ha sido una loable idea de la Academia de la Historia esta convocatoria de reunir a los historiadores para rendir homenaje al líder de la Revolución cubana.
Cuando Pedro Pablo me informó que debíamos pronunciar unas breves palabras en esta sesión solemne, estuve largamente reflexionando sobre qué decir del compañero Fidel que aún no se haya dicho por estos días. Y pensé que lo mejor sería que fuese él quien nos hablará a nosotros aprovechando que, en esta sesión íbamos a estar presentes quienes nos encargamos de investigar, enseñar, conservar y divulgar la historia.
De este modo reviviremos las ideas de Fidel que han sido y continuarán siendo guía y brújula para nuestro trabajo presente y futuro.
Fidel orientó cuando nos dijo:
Es necesario revolver los archivos, exhumar los documentos para que nuestro pueblo, nuestra generación de hoy tenga una clara idea de cómo gobernaban los imperialistas, qué tipo de memorandos, qué tipo de papeles y qué tipo de insolencias usaban para gobernar a este país, al que pretendían llamar país “libre”, “independiente” y “soberano”; para que nuestro pueblo conozca qué clase de libertadores eran esos, los procedimientos burdos y repugnantes que usaban en sus relaciones con este país, que nuestra generación actual debe conocer. […]
Y esa historia debe conocerla nuestro pueblo. No sé cómo es posible que habiendo tareas tan importantes, tan urgentes como la necesidad de la investigación en la historia de este país, en las raíces de este país, sin embargo, son tan pocos los que se han dedicado a esas tareas. Y antes prefieren dedicar sus talentos a otros problemas, muchos de ellos buscando éxitos baratos mediante lectura efectista, cuando tienen tan increíble caudal, tan increíble tesoro, tan increíble riqueza para ahondar primero que nada y para conocer primero que nada las raíces de este país.[1]
Pienso que estas son cuestiones fundamentales, no podemos perder tiempo en esto; y no estoy hablando de enseñanza escolar, debemos dar, por lo menos, un mínimo de enseñanza escolar, hablo de enseñanza a toda la población. Nuestra población lee, a nuestra población le gustan los libros, hay que exhortar a nuestros jóvenes, si a todos nos gusta leer un libro científico o una novela, y yo les digo que no hay novela más real, no hay historia más interesante que nuestra propia historia, ni hay historia más interesante que la historia de los pueblos de América Latina. Pienso que esta debe ser una de las tareas de la actual generación. […]
A veces nos volvemos locos editando cualquier libro y no editamos una buena historia de Cuba; historias, incluso, que han sido escritas: biografías de las personalidades históricas, o historias de los siglos pasados y, muy especialmente, la historia de la sociedad pasada, del momento en que surge la nacionalidad, de las luchas por nuestra independencia. Tenemos que editar más libros y divulgar más de esos libros; que nos lleven a nuestras raíces culturales y a nuestras raíces históricas, que son de una riqueza inmensa.[2]
Tengo muchos materiales, muchos documentos, y recuerdo infinidad de cosas de toda aquella época, sobre todo muchas ideas básicas, muchos conceptos, y he tenido oportunidad de ver los testimonios de numerosos compañeros que han escrito sobre aquellos acontecimientos. No he podido dar todavía mi versión de aquellos hechos, pero en muchos detalles de lo que se escribe —y algunos han escrito bien, de manera brillante—, observo que testimonios muy interesantes y valiosos reflejan, sin embargo, ignorancia sobre la concepción global de la guerra, la estrategia y otras ideas esenciales y básicas que guiaron los acontecimientos. Muchas veces se limitan a escribir sobre los hechos en que participaron muy directamente, qué les ocurrió cada día, qué noticias escucharon, qué visión tuvieron ese día de lo acontecido, con un enfoque muy parcial de todo aquello.
Hay otros compañeros que estuvieron más cerca de la dirección. He visto, por ejemplo, a Almeida escribir cosas excelentes sobre la guerra de liberación, con mucha información porque ha podido interrogar, preguntarles a muchos testigos y a muchos protagonistas de los acontecimientos, elaborando trabajos que he leído con admiración; pero también he leído otras muchas cosas que de muy buena fe han escrito los compañeros, y las visiones son parciales.
Observo, además, una tendencia de todo el que escribe algo, como regla, a subordinar mucho el enfoque a sus vivencias personales y a su propio papel en los acontecimientos, y he sentido temor en ocasiones cuando pienso que, habiendo transcurrido más de 30 años, no existe ni siquiera la versión de los que participamos más directamente en las concepciones iniciales de aquella guerra y tomamos las decisiones fundamentales; siento el temor de que puedan quedar, solamente, visiones parciales de todos aquellos acontecimientos.[3]
¿Seremos nosotros, compañeros, tan cobardes, y seremos tan mancos mentales, que vengamos aquí a leer el Testamento de José Antonio Echeverría y tengamos la cobardía, la miseria moral, de suprimir tres líneas, sencillamente porque esas líneas hayan sido expresión, bien formal de un modismo, o bien de una convicción que a nosotros no nos toca analizar, del compañero José Antonio Echeverría? ¿Vamos a truncar lo que escribió? ¿Vamos a truncar lo que creyó? ¿Y vamos a sentirnos aplastados, sencillamente por lo que haya pensado, o lo que haya creído en cuanto a religión? ¿Qué clase de confianza es esa en las ideas propias? ¿Qué clase de concepto es ese de la historia? ¿Y cómo concebir la historia de manera tan miserable? ¿Cómo concebir la historia como una cosa muerta, como una cosa putrefacta, como una piedra inmóvil? ¿Podrá llamarse “concepción dialéctica de la historia” semejante cobardía? ¿Podrá llamarse marxismo semejante manera de pensar? ¿Podrá llamarse socialismo semejante fraude? ¿Podrá llamarse comunismo semejante engaño? ¡No! Quien conciba la historia como deba concebirla, quien conciba el marxismo como deba concebirlo, y lo comprenda y lo interprete y lo aplique a la historia, no comete semejante estupidez […][4]
Quien creyera que no quedan por delante muchas páginas brillantes por escribir, estaría equivocado. Porque quedan por delante de todos, y sobre todo quedan por delante de ustedes, muchas páginas que escribir todavía, mucho que luchar todavía, mucho que hacer todavía y mucho que crear todavía.[5]
De modo que nosotros debemos tener mucho cuidado al exaltar y resaltar en todo lo que vale, en toda su extraordinaria magnitud la Protesta de Baraguá, cuidarnos, ser cuidadosos y ser objetivos en los juicios con relación a los demás cubanos que en aquellas desgraciadas circunstancias no tuvieron la visión, ni el espíritu, ni la profundidad, ni la agudeza, ni el genio de Maceo. Yo considero que es correcto y necesario estudios serios sobre estas cuestiones, y se hará, porque las nuevas generaciones, con mucha más preparación, con mucha más cultura, irán penetrando en todos estos problemas de nuestra historia con la mayor profundidad. Ahora bien, seamos cuidadosos al hacer la valoración moral de aquellos hombres. Entremos en la historia, pero primero quitémonos el sombrero antes de entrar en la historia de nuestros patriotas.
La teoría es una cosa y la práctica en la realidad de la vida es otra. Hay que pensar que los pueblos y los hombres que hacen la historia no llevan un librito en la mano, guiándose por el librito para hacer la historia. Hoy la política en todos los sentidos es mucho más científica, gracias precisamente a Marx, a Engels y a Lenin, que nos enseñaron muchas cosas y muchas verdades y muchas leyes sociales por las cuales podemos guiarnos. Ya nuestra generación, como hemos explicado otras veces, tuvo el privilegio de poder apoyarse en esas leyes y en toda la experiencia, la enorme experiencia de la historia de nuestra patria. Esto es importante. Cuando investiguemos la historia debemos ser todo lo objetivo que sea necesario ser, todo lo honesto, todo lo sincero y críticos que sea necesario ser; ser objetivos, no subjetivos, no analizar los hombres de aquella época con la mentalidad de ahora y los principios de ahora, y cuidarnos de los adjetivos.[…]
Pero mucha gente de la emigración recibió a los patriotas, a Máximo Gómez y a Maceo, con ese espíritu. Por eso nosotros no debemos convertirnos en una especie de emigración histórica, que empieza ahora a juzgar, con las ideas de ahora y los criterios de ahora, los problemas de entonces. Somos absolutamente partidarios de que se investigue, se analice, se hagan estudios científicos de la historia de nuestro país, pero que no actuemos con el espíritu de la emigración al juzgar a los hombres de aquella época. Que seamos cuidadosos en analizar los factores objetivos y los factores subjetivos, y no endilguemos juicios sobre ninguno de aquellos hombres a base de los criterios de hoy y de los factores subjetivos de hoy.[6]
Que no se vuelva el recuerdo de las luchas de nuestro pueblo algo académico, que no se vuelva algo así como una historia fría. […] De ninguna forma ha cesado la continuidad de la lucha.[7]
Gracias Fidel, por tus enseñanzas.
Muchas gracias a ustedes.
16 de diciembre del 2006
[1] Velada conmemorativa de los Cien Años de Lucha, efectuada en la Demajagua, Monumento Nacional, Manzanillo, Oriente, 10 de octubre de 1968.
[2] Acto Central por el 30 Aniversario de su entrada a La Habana, efectuado en la escuela Ciudad Libertad, 8 de enero de 1989.
[3] Castro Ruz, Fidel: Un grano de maíz. Oficina de Publicaciones consejo de Estado, 1992.
[4] Discurso 13 de marzo de 1962.
[5]Discurso 13 de marzo de 1963.
[6] Discurso centenario de la Protesta de Baraguá, 15 de marzo de 1978.
[7] Discurso 13 de marzo de 1965.
Fuente: https://dialogardialogar.wordpress.com/2016/12/29/fidel-y-la-historia/